martes, 7 de octubre de 2008

El Buscón

La Vida del Buscón, llamado Pablos es una novela picaresca, continuadora de la línea iniciada por el anónimo Lazarillo de Tormes, aunque escrita en el siglo siguiente, hacia 1626. El estilo que domina ya entonces es el del barroco, muy dado a lo exagerado y desmedido, cosa que se advierte a la perfección en este libro.

Nuestro magnífico libro de texto de Algaida nos recuerda el argumento de la obra:
"Pablos es hijo de una alcahueta, bruja y prostituta, y de un barbero ladrón. Su hermano, también delincuente, murió en la cárcel de una paliza. Para procurarle un futuro mejor, sus padres lo envían a la escuela, donde aprende a leer y a escribir. En la calle se acer­ca a los hijos de buena familia y, pese a recibir amargas burlas, traba amistad con don Diego Coronel, hijo de un caballero. Para escapar de su pasado, decide acom­pañar a don Diego al colegio como criado, según la costumbre de la época. De este modo, entra en el internado del tacañísimo licenciado Cabra. Pasa después a la Universidad de Alcalá, donde es víctima de terribles novatadas. Pronto será el propio Pablos el encargado de organizar estas bromas. Allí se inicia en el robo y realiza toda suerte de engaños para aparentar..."
Se trata de la más original obra picaresca, brillante y cruel; carece por completo de compasión, y resulta un magnífico tes­timonio ideológico y social de su tiempo. Ha sido considerada como el mejor exponente del estilo conceptista de Quevedo: riqueza, ingenio, precisión, audacia, atrevidas imágenes, excesos, humor sin fin. La elaboración lingüística es total: comparaciones, hipérboles y polisemias inesperadas, cambios semánticos, elipsis... No en balde Quevedo ha sido definido como maestro del juego de palabras y de la precisión­ léxica.

He aquí el comienzo de la obra:

Yo, señor, soy de Segovia. Mi padre se llamó Clemente Pablo, natural del mismo pueblo (Dios le tenga en el cielo). Fue el tal, como todos dicen, de oficio barbero, aunque eran tan altos sus pensamientos que se corría de que le llamasen así, diciendo que él era tundidor de mejillas y sastre de barbas. Dicen que era de muy buena cepa, y, según él bebía, es cosa para creer. Estuvo casado con Aldonza de San Pedro, hija de Diego de San Juan y nieta de Andrés de San Cristobal. Sospechábase en el pueblo que no era cristiana vieja (aún viéndola con canas y rota), aunque ella, por los nombres y sobrenombres de sus antepasados, esforzaba que descendía de la Gloria...

1 comentario:

Juan Carlos Garrido dijo...

¿Quién no se nutre de Quevedo?

Aunque esta obra de Quevedo fue concebida como un divertimento, y así puede leerse, sin otro propósito que pasar un buen rato y echar unas carcajadas, es una obra que invita a disfrutar de cada párrafo, pues incluye metáforas de concisión casi matemática y símiles aguzados y precisos como hojas de bisturí. Aquí, junto con “Los sueños” y “La fortuna con seso” el autor encumbra a la prosa en la cima del conceptismo y deja una huella indeleble en la literatura posterior; incluso Pérez-Reverte le rinde homenaje en su saga de Alatriste. Pasajes, como la descripción del Dómine Cabra, aún no han sido superados.